el mecánico de la lavadora vino por séptima vez
con rostro preocupado por su larga enfermedad.
en sus visitas anteriores había revisado
los diferentes componentes vitales.
su diagnóstico siempre fue de orden físico:
el display, el módulo electrónico, el motor, el cableado.
sin embargo, cada vez que cambiaba un órgano vital
la máquina hacía un pequeño gesto, un parpadeo imperceptible
de los botones y se apagaba de nuevo.
visto desde el final del poema, no hay duda
que se trataba del estetor de la muerte.
sus visitas eran ya habituales hacia final de cada semana
y noel que era cubano e inclinado a la filosofía
me hablaba de la superficialidad de vivir sin lavadora,
o de la futilidad de la existencia o de la fugacidad del tiempo.
“hace ya ocho semanas que viniste por primera vez, noel”.
le decía yo confirmando sus teorías sobre el espacio y el tiempo.
en uno de esos días debatimos sobre mi fe en la electrónica,
resentida porque la avería era insondable al tratarse de una lavadora
de nueva generación digital.
ahora yo creía de nuevo en la mecánica.
noel me miró y me dijo muy serio:
“pero hombre no digas eso, la electrónica puso al hombre en el cosmos”
en su séptima visita su rostro sombrío indicaba una tristeza interior
que nunca me había mostrado.
me anunció que estaba claro, que no se trataba de algo material
sino que el fallo se encontraba en el espíritu del aparato:
“el alma de la lavadora está en estado crítico”.
quizá, comentamos, el estrés moderno o su ateísmo total de máquina posmoderna
le habían provocado unos ataques de ansiedad generalizados
que finalmente la habían bloqueado.
noel se encargó de la sustitución de la lavadora, que según me dijo
se iría a un balnerio de recuperación.
“pronto estará de nuevo con nosotros”.
no he vuelto a ver
ni a noel ni a mi antigua lavadora
desde entonces.